Durante el mes del arte en Bogotá (octubre), tuve la oportunidad de ver esta exposición de Kevin Mancera, quien es uno de los artistas que a mi parecer tiene uno de los procesos más interesantes dentro de la escena del arte contemporáneo en Bogotá. Los dejo con el texto curatorial y con algunas imágenes de la expo.
LOS LIMITES DE LA FELICIDAD by Kevin Simón Mancera Vivas
Texto de Gabriel Mejía Abad.
Texto de Gabriel Mejía Abad.
"Contaba que los marineros que cruzaban el Atlántico se dejaban mensajes en un tablón de corcho de la entrada o esculpidos con una navaja en la pared cuando el corcho estaba ya repleto, y cuyos destinatarios no eran los lugareños sino otros marineros que, sabían, pasarían por aquel bar de las Azores tarde o temprano, en ocasiones incluso años después". Agustín Fernández Mayo. Nocilla Lab.
Acostumbrados como estamos a los lugares icónicos: a la Torre Eiffel, al Central Park, a Machu Pichu. Tan seguros de lo que vamos a ver en las fotos de los viajantes aún sin haber siquiera estado cerca de esos lugares; tan turistas que todos nos hemos convertido con los teléfonos inteligentes, tan seguros de las posiciones y los movimientos. Como un G.P.S anquilosamos las mitologías del viaje, las convertimos en otro Disney, en otra escenografía de cualquier lugar. Damos por sentado que el viajero es feliz en esos sitios. Sin embargo, la felicidad parece no estar en los lugares comunes de ensueño, la felicidad, como nos lo muestra Kevin Mancera ni siquiera está en os lugares que ostentan ese nombre. La felicidad tal vez reside en poder escapar, en desaparecer y producir desde la desaparición nuevas arquitecturas de esos lugares. El mecanismo es sencillo: la experiencia vital del viaje, la esquizofrenia.
Por eso no es raro ver en las fotografías de Kevin lugares desolados, alejados del común denominador del viaje turístico lleno de aventuras y estructuras llamativas. Tampoco nos encontramos con la linealidad narrativa de un diario de viaje cuando vemos sus siete libretas de dibujo.

Por el contrario, nos enfrentamos a una narrativa dispar, a una especie de collage de vivencias sin un orden establecido. Al lado de una frase de Martí, el revolucionario por excelencia, hay dos arcos de metal que parecen culebras, una frase en la pared, una bicicleta. Todo aquello conforma un nuevo espacio, -con otras normas de recorrido-, insospechado a los ojos de un turista promedio, insólito también para aquellos que nos quedamos y que tal vez llenos de clichés esperamos ver el ícono más que la experiencia.
Por el contrario, nos enfrentamos a una narrativa dispar, a una especie de collage de vivencias sin un orden establecido. Al lado de una frase de Martí, el revolucionario por excelencia, hay dos arcos de metal que parecen culebras, una frase en la pared, una bicicleta. Todo aquello conforma un nuevo espacio, -con otras normas de recorrido-, insospechado a los ojos de un turista promedio, insólito también para aquellos que nos quedamos y que tal vez llenos de clichés esperamos ver el ícono más que la experiencia.
La de Kevin Mancera es entonces una nueva mitología del viaje. Eso que reconstruimos desde la lejanía y de lo que no tenemos certeza; las claves y acertijos que el viajero nos envía desde ése otro tiempo en el está sumergido. Para comprender ese tiempo, los espectadores tenemos que dislocarnos, reinventar y reconstruir con la fantasía, tal vez no hay otro camino cuando se trata de un rompecabezas tan complejo en el que las fichas no cazan del todo. Como el viajero, no comprendemos del todo y tampoco nos interesa, entonces nos damos la oportunidad por un momento de habitar.
No creo que Kevin haya encontrado la felicidad, lo que sí logró fue desaparecer, huir por un momento y entrar en el tiempo del viajero, porque como me dijo un día en su cuartico de dibujo: "lo importante es el viaje, lo demás son sólo excusas".
Gabriel Mejía Abad
Bogotá, 13 de Septiembre de 2012